sábado, 17 de enero de 2009

El Fin de la Crisis

Con Europa, Estados Unidos y Japón oficialmente en recesión, y España pendiente tan sólo de la confirmación de las últimas estimaciones realizadas, parece que ha empezado el tiempo de ir poniéndole fecha al fin de la crisis. Así, quien más y quien menos, opinadores y economistas, han aventurado fechas en las que según ellos, debería de empezar a producirse la tan ansiada recuperación. Personalmente me parece demasiado aventurar. Si por algo se ha caracterizado la presente crisis ha sido por una gran volatilidad en los mercados, con la consiguiente destrucción de riqueza, rápidos y profundos cambios en el escenario macroeconómico, abruptas oscilaciones en el precio de factores tan determinantes como el dinero o el petróleo, y situaciones imprevistas en numerosas e importantes empresas. Todo ello hace que las proyecciones más concienzudas , basadas generalmente en datos pasados, queden rápidamente obsoletas.

Sin embargo, y especialmente en el caso de España, mi preocupación no se refiere tanto a la fecha, como a que es de lo que estamos hablando cuando hablamos de recuperación. Técnicamente, el simple crecimiento del PIB interrumpiría la recesión, aunque sólo fuese de una décima, pero supongo que ese escenario, que podría estar perfectamente aparejado a un incremento continuado del desempleo, no sería probablemente del agrado de nadie. Entonces ¿de qué hablan los economistas o los políticos cuando hablan de recuperación? ¿Se están refiriendo acaso a la vuelta a un escenario económico similar al de los años previos a 2008, con crecimientos del PIB superiores al 3% y una importante creación de puestos de trabajo? Si así fuese me temo que tendremos que esperar unos cuantos años más, o quizás lustros.

No pretendo ser derrotista, ni mucho menos. La confianza en nuestras posibilidades es fundamental para superar esta crisis, y el pesimismo sólo contribuirá a agudizarla. Pero el optimismo infundado tampoco ayudará en nada. Lo que hace falta es un diagnóstico acertado y un escenario realista, aunque no sea demasiado concreto, de lo que nos espera. De lo contrario, y con el paso de los meses, la decepción podría ser aún peor que el realismo inicial.

El esbozo de dicho escenario exige cierta perspectiva, tanto temporal como geográfica. Durante las dos últimas décadas el crecimiento de la economía española se ha visto impulsado por lo que podríamos llamar "factores externos" que no se volverán a repetir. La entrada en la UE trajo aparejada una apertura de nuestra economía, inversiones externas, inmensas ayudas en fondos estructurales y de cohesión y, finalmente, el euro. La moneda única supuso mayor estabilidad para nuestra divisa y posibilitó una gran reducción de los tipos de interés y un mayor acceso al crédito internacional, con lo que disparó el consumo y la inversión en vivienda y empresarial. Todo ello fue suficiente para compensar un sector manufacturero en claro declive lastrado por la falta de competitividad. Sin embargo nada de esto nos ayudará en el futuro. Más bien al contrario parece que ha llegado la hora de pagar la factura de esta fiesta. España ya no tiene los costes laborales más bajos de la UE, ni será destino prioritario de los fondos europeos. Los extranjeros han encontrado lugares más baratos en los que comprar su segunda residencia, algunos de ellos dentro de la propia UE. Además la capacidad de endeudamiento de las familias parece haberse agotado, por lo que los bajos tipos de interés ni siquiera serán suficientes para mantener un consumo que crecía muy por encima de nuestra riqueza. Por si todo esto fuese poco el euro ha mostrado una gran fortaleza con lo que tampoco podemos esperar que la devaluación mejore la competitividad de nuestras empresas.

¿Qué podemos hacer entonces? Pues seguramente empezar a depender en mayor medida de nosotros mismos. Ha llegado la hora de darse cuenta de que si crecíamos a tasas más elevadas que alemanes, ingleses o franceses no era porque fuésemos más listos que ellos o trabajásemos más duro, sino porque había determinados factores externos como los mencionados que posibilitaban ese crecimiento. Ha llegado también la hora de darse cuenta de que todo eso se acabó y que en el futuro será la competitividad de nuestras empresas, el talento, la formación y el esfuerzo de nuestros trabajadores y la buena administración de nuestras instituciones lo que nos permita seguir creciendo. La solución no vendrá como por arte de magia, como consecuencia de algún plan, acuerdo o acontecimiento providencial. La solución llevará años, y mientras tanto es necesario ir ganando tiempo. Desde este punto de vista, para ganar tiempo, los planes de gasto puestos en marcha de manera coordinada por numerosos gobiernos son apropiados. Pero ese tiempo tienen un coste demasiado elevado para desperdiciarlo. De forma inmediata deben también adoptarse las medidas que incidan directamente, a corto, medio y largo plazo en la competitividad de nuestra economía. Sólo así emprenderemos el lento camino de la recuperación, esta sí, sin fechas.

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