martes, 9 de enero de 2007

De rulas y mercados



Uno de mis mejores recuerdos de Santiago de Chile es la visita y comida en el Mercado Central. Este edificio de acero fue fundido en Inglaterra en 1868 e inaugurado en 1872. Hoy en día las galerías laterales están dedicadas a la venta de los excelentes pescados y mariscos chilenos, mientras que la parte central y las galerías superiores albergan restaurantes especializados en estos mismos productos. El mercado es un atractivo turístico de primer orden, lo que resulta fácil de entender. Adentrarse en él permite contemplar bajo su bóveda increíbles variedades de pescados y mariscos, desconocidas en España y en otras muchas partes del mundo, que llaman la atención por su diversidad y tamaño. Grandes congrios y corvinas, enormes almejas, caracolas, picorocos, jaibas y machas, con el atractivo añadido de que todo lo que a uno le sorprende en un sitio puede ser degustado acto seguido en otro, disfrutando de un mismo ambiente pintoresco y vital, y acompañado por alguno de los buenos vinos chilenos. El mercado central es un museo vivo. Es un museo del mar y del acero. Pero además es un museo etnográfico, de la pesca, de la gastronomía y de los intercambios.

En Gijón también tuvimos algo de esto. La antigua pescadería municipal y la antigua rula eran sitios en los que se podía ver algo más que pescados y mariscos, se veía una forma de vida, una forma de hablar, un tipo de gente. Parafraseando al coronel Aureliano Buendía podría decir que fue en la vieja rula donde conocí el hielo, pues aún recuerdo los trozos blancos tirados por el suelo, caídos de las cajas de pescado, con los que me gustaba jugar cuando era niño. Recuerdo también los raíles del tren empotrados en el piso del paseo y los carros de madera de las marisqueras a la puerta, llenos de centollos, todos los domingos. No faltaban, también los domingos, los camiones de oricios venidos de Galicia que vendía su producto por paladas, y así, entre pescadores, marisqueras, compradores y paseantes, el antiguo barrio de Cimadevilla rebosaba de vida. En cambio hoy en día es difícil encontrar caldo de pescado en el entorno del ayuntamiento, y sólo recientemente El Centenario, a petición de un cliente, ha vuelto a servirlo. La moraleja, que la hay, es que es necesario revisar nuestra idea de “museo” e incluso, me atrevería a decir, la propia idea de “cultura” por no hablar de la de “urbanismo”.

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