viernes, 8 de diciembre de 2006

Alcaldes y programas electorales participados


Hace ya más de 25 años que se celebraron las primeras elecciones municipales de la democracía y nuestro subconsciente político debería de ir poco a poco evolucionando. La idea que nos hacemos del papel de candidatos y partidos tiene que ser íntima y socialmente revisada. Los alcaldes ya no pueden seguir siendo concebidos como “jefes” que con la colaboración de un grupo de concejales y funcionarios gobiernan la ciudad de acuerdo con su propio criterio, por más que cada cuatro años tenga que someterse evaluación.

Un alcalde tiene que ser capaz en primer lugar de definir un proyecto para su ciudad. En esa tarea debe contar con la colaboración de los ciudadanos, pues los retos del futuro son demasiado grandes para enfrentarlos unas pocas personas y el exito dependerá en gran medida de la implicación de cada comunidad. Su misión comienza pues por diseñar un futuro que todos puedan compartir, por conseguir que todos visualicen el proyecto, especialmente sus colaboradores más cercanos, pero en general toda la ciudad debe entender los objetivos, los grandes principios que guían su política. A partir de ahí la labor del alcalde ha de ser siempre coherente con dicho proyecto, aunque pueda ir siendo matizado y redefinido con los años. Para mantener el esfuerzo y la implicación de la comunidad a lo largo del camino deben ir marcandose objetivos intermedios, como primeros pasos, que se puedan ir alcanzando.


El alcalde debe ser por lo tanto un visionario, un negociador, un aglutinador de capacidades, de esfuerzos, de compromisos, un agente y catalizador del cambio social. A lo largo de su mandato las líneas básicas del programa deberían de ser un argumento recurrente en su discurso, ante las críticas de la oposición, para explicar o rectificar sus actuaciones, para justificar los presupuestos… los ciudadanos deben conocerlas y entenderlas. De esa manera el alcalde se presenta ante la ciudad como el gestor de un proyecto colectivo, mucho más importante que su propia fijura o sus intereses partidistas. Lógicamente eso exige construir previamente un proyecto colectivo compartido por una amplia mayoría.

Seguramente la mayor parte de quienes hayan leído las líneas anteriores estarán de acuerdo con lo dicho, es posible que algunos lo encuentren casi obvio. Pero entonces la cuestión es ¿Por qué se dedica tan poco esfuerzo a la confección del programa electoral? ¿Por qué la gente no lo lee? ¿Por qué se obvian en su confección los grandes principios, las ideas básicas? ¿Por qué en cambio nos centramos en “cosinas” más o menos ocurrentes, más o menos afortunadas, pero que por sí mismas no definen una política? Las obviedades identificadas, como las contenidas en este post, deberían de resultarnos, al menos a nosotros mismos, de obligado cumplimiento.

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