A finales del siglo XIX los profesores del “Grupo de Oviedo”: Altamira, Buylla, Posada, entre otros, fundaron la primera extensión universitaria de España influidos por las experiencias inglesas y alemanas. Entre 1901 y 1909, con la finalidad de facilitar el acceso a la formación de las clases más desfavorecidas, y dentro de la tradición de los ateneos obreros, su iniciativa se complementa con la creación de las universidades populares de Gijón, Avilés, Mieres y Langreo. Este fenómeno pronto se extiende a otras ciudades como Valencia, Madrid, Sevilla, La Coruña o Cartagena. Pero tras la guerra civil todas ellas desaparecen y no volverán a refundarse hasta la llegada de la democracia.
Fue aquella una iniciativa encomiable y ejemplo de compromiso con el progreso y la cultura, pero ¿para qué sirven hoy en día las universidades populares? Para contestar a esta pregunta tomaré el ejemplo de una de las universidades populares de mayor tradición e implantación de España: la Universidad Popular de Gijón.
La UP de Gijón tiene entre sus objetivos declarados mejorar la oferta de enseñanzas no regladas a la comunidad, favorecer el ocio cultural, las relaciones sociales, el asociacionismo y la participación ciudadana. Después de 25 años de historia podemos decir que ha conseguido sus objetivos.
En la actualidad la UP de Gijón ofrece más de 400 cursos anuales de diversas temáticas que pueden agruparse en tres grandes bloques:
a) Formación ocupacional: se ofertan cursos de formación no reglada que sirven de iniciación a otros estudios oficiales o para completar el currículo.
b) Atención a la diversidad de la población adulta: incluye por ejemplo cursos de fomento de la integración multicultural, para personas mayores, presos o discapacitados.
c) Programas para la educación y ocio cultural. Formativos en distintas disciplinas artísticas. Son sin duda los más populares.
Esta oferta se realiza en diez centros municipales repartidos por toda la ciudad. Algunos de ellos están dotados de servicios deportivos, espacios para asociaciones, bibliotecas, mediatecas, etc. que hacen de ellos auténticos puntos de referencia en sus barrios.
El resultado es que como consecuencia de todo esto más de 48.000 personas han tenido la oportunidad en los últimos 10 años de completar su formación mediante la realización de alguno de sus cursos. Pero, además, se ha ofrecido una alternativa cultural a otros tipos de ocio, y se ha posibilitado la adquisición de nuevos “recursos”, relaciones y perspectivas a una población que, en su mayor parte, adolecía de cualquier tipo de formación artística o de medios a través de los cuales canalizar su creatividad. En resumen, se han generado dinámicas enriquecedoras desde la perspectiva social y personal, como lo demuestran las docenas de asociaciones creadas por ex alumnos para seguir cultivando sus aficiones una vez terminados los cursos. Por todo ello podemos decir que las universidades populares son efectivamente populares y, aunque están alejadas de la “excelencia” formativa y del rigor propio de las auténticas universidades, no son en absoluto una iniciativa despreciable. Sus servicios son acogidos con satisfacción por los ciudadanos y su capacidad para generar dinámicas sociales digna de tener en cuenta.
Fue aquella una iniciativa encomiable y ejemplo de compromiso con el progreso y la cultura, pero ¿para qué sirven hoy en día las universidades populares? Para contestar a esta pregunta tomaré el ejemplo de una de las universidades populares de mayor tradición e implantación de España: la Universidad Popular de Gijón.
La UP de Gijón tiene entre sus objetivos declarados mejorar la oferta de enseñanzas no regladas a la comunidad, favorecer el ocio cultural, las relaciones sociales, el asociacionismo y la participación ciudadana. Después de 25 años de historia podemos decir que ha conseguido sus objetivos.
En la actualidad la UP de Gijón ofrece más de 400 cursos anuales de diversas temáticas que pueden agruparse en tres grandes bloques:
a) Formación ocupacional: se ofertan cursos de formación no reglada que sirven de iniciación a otros estudios oficiales o para completar el currículo.
b) Atención a la diversidad de la población adulta: incluye por ejemplo cursos de fomento de la integración multicultural, para personas mayores, presos o discapacitados.
c) Programas para la educación y ocio cultural. Formativos en distintas disciplinas artísticas. Son sin duda los más populares.
Esta oferta se realiza en diez centros municipales repartidos por toda la ciudad. Algunos de ellos están dotados de servicios deportivos, espacios para asociaciones, bibliotecas, mediatecas, etc. que hacen de ellos auténticos puntos de referencia en sus barrios.
El resultado es que como consecuencia de todo esto más de 48.000 personas han tenido la oportunidad en los últimos 10 años de completar su formación mediante la realización de alguno de sus cursos. Pero, además, se ha ofrecido una alternativa cultural a otros tipos de ocio, y se ha posibilitado la adquisición de nuevos “recursos”, relaciones y perspectivas a una población que, en su mayor parte, adolecía de cualquier tipo de formación artística o de medios a través de los cuales canalizar su creatividad. En resumen, se han generado dinámicas enriquecedoras desde la perspectiva social y personal, como lo demuestran las docenas de asociaciones creadas por ex alumnos para seguir cultivando sus aficiones una vez terminados los cursos. Por todo ello podemos decir que las universidades populares son efectivamente populares y, aunque están alejadas de la “excelencia” formativa y del rigor propio de las auténticas universidades, no son en absoluto una iniciativa despreciable. Sus servicios son acogidos con satisfacción por los ciudadanos y su capacidad para generar dinámicas sociales digna de tener en cuenta.
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